miércoles, 15 de diciembre de 2010

El último refugio

Lágrimas. Silentes, casi avergonzadas de mostrarse, como si fueran fruto de una debilidad que no quieren reconocer, pero que les vence. Son las lágrimas de esta crisis. Empresarios que han puesto su dinero, sus esperanzas, su futuro, sus sueños, sus ilusiones en un negocio que irremediablemente se va a pique, de trabajadores que se quedan sin empleo y sin futuro. Y no es un bar o un taller, son familias, personas, vidas, voces que se rompen al hablar de su presente, porque en el futuro no pueden ya ni pensar.

Generalmente llevan viviendo muchos meses de angustia, de lucha desesperada por salir de la situación, pero se les han cerrado todas las puertas y ya no saben dónde llamar. Y su desesperación se escapa, rodando por sus mejillas.
No te atreves a abrazarlos, porque sabes que con esa muestra de cariño o de apoyo derribarás los diques que las frenan tan a duras penas.

La maldita crisis no se mide en número de empresas que cierra o en trabajadores que pasan al paro, si no en personas que lo han perdido todo, en lágrimas, en dolor, en desesperanza, en desconsuelo.

Cuando la cosa se pone fea, yo busco consuelo en Cristo, y me siento confortada, aunque la situación no cambie, pero recibo fortaleza para seguir luchando. Esta Sociedad laicista está robando a nuestros hijos hasta ese consuelo que Dios nos ofrece gratis, y que permite que nuestro corazón no se rompa del todo y que en nuestro interior sintamos el calor de Su protección.

Las iglesias deberían estar llenas a todas horas porque ofrecen paz y cobijo y fuera, hace tanto frío…

No hay comentarios:

Publicar un comentario