martes, 26 de marzo de 2013

Francisco


Ha sido una Cuaresma extraña, especial. La renuncia de Benedicto XVI en este tiempo, es un regalo más que nos ha hecho al final de su Pontificado.  Nos ha obligado a todos a pensar en la Iglesia, en nuestra fe, en aquellos que es esencial. Tras el desconcierto inicial, y después de oír las más variadas y pintorescas versiones del porqué de su renuncia, acabamos concluyendo que él lo dijo desde el primer momento: por el bien de la Iglesia.
Pero es que a Benedicto XVI parece que nadie le escuchaba, ni los creyentes ni los no creyentes. Su porte de anciano, su introspección, el esfuerzo que realizaba para comunicarse con los fieles, su salud, eran a todas luces una barrera difícilmente superable en este mundo de imagen y de medios audiovisuales.  Con una voz débil y un mensaje nítido y profundo. Un hombre de biblioteca y piano para un mundo veloz en el que una novedad deja de serlo en tan poco tiempo…Y, sin embargo, en su Pontificado, y en el de Juan Pablo II, el Papa emérito ha realizado una labor impresionante, tanto en los debates filosóficos y teológicos, como en el acercamiento a las distintas Iglesias y religiones. Tampoco podemos decir que no haya sabido conectar con los jóvenes, tan sólo hace falta haber vivido o visto lo  que fue la JMJ en Madrid. Pero ha sido un Papa que, en su humildad (cuando realmente podía haber pecado de esa soberbia del conocimiento) no ha sabido llegar a las masas. No tenía ese carisma que reconocimos en Juan Pablo II y en el Papa Francisco.
El pre-Conclave y el Cónclave, con sus quinielas, con sus invitaciones a “apadrinar a un Cardenal” han resultado sorprendentes, tanto como el silencio del Santo Padre emérito, y por eso, muchos cristianos decidimos unirnos en oración con el que menos intereses personales demostraba, con el que conociendo los males de la Iglesia se vió incapaz de afrontarlos a causa de su salud, con el que siendo un teólogo tan reputado, un gran profesor, se bajó de la Cátedra cuando comprendió que su voz no llegaba a los corazones de sus fieles, para dejar paso a otro que hablara más alto, o más claro o con un lenguaje más actual, por el bien de la Iglesia.
Tras la preocupación y la inquietud, la gran esperanza que culmina en la elección de un Papa que no estaba en las quinielas, ni por su edad, ni por su condición de jesuita ni ser el más publicitado del continente americano. Empezar a conocerlo y a quererlo.  Creo que este Papa, además de hacerse oír se hará ver y que lo que no pueda decir con palabras, lo dirá con sus gestos, ya que en pocos días se ha ganado a los cristianos y ha dejado un poco sobre ascuas a los no creyentes.
En estos primeros días de Pontificado ha citado muchas frases de Benedicto XVI, pero parece que en él esas palabras cobran más fuerza. Al final el mensaje es el mismo, cambian los tiempos, las formas -cuánto no habrán cambiado a lo largo de los siglos-, sin embargo, la Iglesia sigue en pié.
Francisco, un Papa para la nueva evangelización, que con sus gestos directos y cotidianos, que con su capacidad de mirarte y hablarte a ti entre una multitud, se sienta simbólicamente a tu lado en el último banco de una Iglesia para rezar a tu lado, contigo, y que nos pide complicidad y apoyo en la oración. Me parece que este Papa nos va a movilizar a todos, laicos, clero, obispos y cardenales. ¡Ojalá!
Que Dios le de fuerzas para vencer a los enemigos de la Iglesia, a los de dentro y a los de fuera, porque después del Domingo de Ramos, llega la Pasión. Que Dios le ayude a soportar el peso que ha aceptado llevar sobre sus hombros, como el Buen Pastor de su crucifijo.

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