miércoles, 15 de febrero de 2012

Un soplo de esperanza

Parece que esta crisis está llenando las iglesias. Me extrañaba que esto no sucediera, y así lo comenté hace ya tiempo bajo el título de “Ultimo refugio”.

Y es que esta crisis, nos ha hecho bajar tanto la cabeza, que uno sólo recupera su propia dimensión mirando al Cielo. Y no es que nos rindamos, es que nos rebelamos afirmando nuestra dignidad de hombres, hijos de Dios, creados a Su imagen y semejanza. En Él encontramos consuelo y cobijo, cuando las circunstancias que nos rodean parecen minar nuestra propia confianza y autoestima. No valemos más por lo que producimos, sino por lo que somos. Podremos ser más eficientes y eficaces, mas cultivados, más sabios, pero en ningún caso por ese camino llegamos a alcanzar la dimensión en la que Dios nos coloca.

Por eso, la campaña que se ha iniciado en defensa de la vida de los no nacidos con síndrome de Down, nos invita a la reflexión, hoy, de una manera más profunda si cabe. La dignidad del hombre no radica en sus capacidades, que queramos o no, muchas o pocas, nos son regaladas, sino en que somos hijos de Dios, y en eso somos todos iguales.

El paro, el miedo a perder el trabajo, la lucha constante por mantener la empresa, producen cotidianamente crisis de ansiedad, estrés, y distintas enfermedades de todo tipo que nos hacen vulnerables. La necesidad de depender en algún momento de otras personas, generalmente los padres, para acabar el mes o, incluso para poder comer, nos sitúan en unos niveles de dependencia a los que no estábamos acostumbrados en épocas de vacas gordas, en las que todo parecía posible. Hoy la situación ha cambiado y nuestra visión de la sociedad y de la realidad que nos circunda es otra, y por eso, lejos de los espejismos, nos enfrentamos a nuestra propia existencia con las limitaciones inherentes a todo ser humano.

Pero, a poco que alcemos la mirada, nos encontramos con el despertar de una sociedad nueva. Yo no había visto nunca tantas personas de toda condición movilizadas para ayudar a los demás. Claro que siguen los que se creen que tienen derecho a todo, tan sólo por existir, pero esos han estado siempre. Paso a paso, uno a uno, se van sumando los que han dejado de mirarse el ombligo y miran a los demás. Por eso no me extraña que se llenen las iglesias. El amor al prójimo, siempre nos lleva a Dios.

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