viernes, 15 de enero de 2010

No se puede ocultar...

Tengo la insana costumbre de desayunar con las noticias de televisión. Cambio continuamente de canal, no buscando algo bueno, sino porque el tiempo, si no hay que viajar, es más específico en el canal autonómico, pero las informaciones, o mejor, el tono de las mismas suele ser infumable, igual pasa con los resúmenes de prensa que nos facilitan las distintas cadenas, en algunas se restringen a los diarios “del régimen”, y lo que dice “Público” solo me produce acidez, así que procuro no verlo. Como ven, la mañana empieza guerrera. Pero no quería hoy comentar los informativos, sino la publicidad que hay en las pausas.

Siempre me ha llamado la atención que anuncien ahuyentadores de roedores e insectos a esas horas, quizá, porque como les comentaba estoy desayunando y empezar a ver ratones deambular por la cocina no es plato de gusto. Pero el meollo del asunto es otro. Hasta hace unos meses eran los anuncios tipo “Cofidis” los que predominaban en esa franja horaria. Créditos inmediatos, una vez comprobada la solvencia del solicitante. Había una gran variedad de empresas que ofrecía dinero, no grandes cantidades, pero si microcréditos (de cuyos intereses era imposible informarse, dada la velocidad con la que pasaba el mensaje y el tamaño de las letras). Ahora han desaparecido de la pantalla; se han visto sustituidos por unas empresas que compran oro. Todas lo valoran estupendamente, y total… “esas pulseras que no te pones, esas joyas que te regalaron y no te gustan”, son ahora la fuente de ingresos que te ofrecen. Ya nadie fía. Y ver esos anuncios me ha hecho preguntarme por el Monte de Piedad: cuántas familias pudieron sobrevivir en tiempos difíciles empeñando joyas o bandejas de plata, y recuperaron mes a mes. Ahora la oferta es desprenderse de ellas, bajo eufemismos para no reconocer que son el pago de facturas cotidianas, el pan, la luz, el alquiler…, de una sociedad que no vende joyas para el ocio, sino por necesidad. Y es que el número de personas que viven en el umbral de la pobreza aumenta cada día, igual que la miseria, y la velocidad de los cambios, hace muy difícil adaptarse. Hace dos años, sólo dos años, cualquier trabajador se podía sentir seguro de su futuro, pedir créditos, hipotecarse. Las voces que avisaban de la que se nos avecinaba eran tildadas de catastrofistas y hoy, con un número cada vez mayor de parados, de personas que acuden a los comedores sociales, de fiambreras en los colegios y en el puesto de trabajo nos preguntamos cómo ha podido ser tan rápida la caída. Ya hasta se penaliza el ahorro. Tan sólo queda la venta de todo aquello “que nos sobra” y que tiene algún valor para sobrevivir.

Mientras tanto, los Bancos acumulan pisos de hipotecas impagadas y embargan sueldos y pensiones.

Puede que los indicadores económicos nos confundan, pero los anuncios matinales colocan a esta sociedad donde de verdad está, en la ruina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario