miércoles, 12 de septiembre de 2012

Llanto por la tierra amada

Me llama un amigo y me comenta su desengaño por la situación económica y la culpabilidad de los políticos, de toda índole. Y que quieren que les diga, hoy, para mí no es el día. En estos momentos, mi mente, probablemente obcecada, se niega a la divagación y se centra tan sólo en un pensamiento: ESPAÑA.

No ha sido una semana fácil. Seguramente sólo pueden comprenderlo hasta sus últimas consecuencias aquellos que conocen el día a día en este “oasis” con ínfulas independentistas. Los días anteriores al 11 de septiembre se concentra toda la rabia, la furia incluso, porque sabemos lo que esta fecha nos trae. Repasamos la Historia, aclarando tantas mentiras, combatimos todo el año este nacionalismo lingüístico nacido al calor del Romanticismo y con una fecha tan reciente como principios del siglo XX, que le da más carácter de viejo que de antiguo. Pero ante el “sentimiento” no hay razones que valgan, ni económicas, ni históricas. La manipulación constante de un pueblo que quiere ser más que los demás, no sólo es el slogan de un club de futbol, está impreso en la idiosincrasia del nacionalismo, que no aspira a ser mejor, sino más y con una prepotencia digna de record mundial.

Toda la desesperación acumulada, año a año, se desborda el 11 de septiembre. Parece que de nada sirva la defensa continua que hacemos de la lengua común, de nuestra pertenencia a España, el incómodo convivir con unas Instituciones volcadas en olvidarnos, en hacernos desaparecer, y con un Gobierno que no nos defiende, que permite insultos, agravios, quema de banderas, como si el problema económico fuera el único, como si todo lo demás pudiera aplazarse.

Nunca he entendido el lema de “nosaltres sols”. Creo, y la historia parece darme la razón, que este pueblo, como la mayoría, ha buscado siempre aliarse con otros para ser más fuertes, para tener más poder, para ser más respetado. Y este lema de autosuficiencia nos retrotrae a las cavernas. Cada vez que Cataluña ha intentado independizarse de España, ofreciéndose incluso a la Corona francesa, ha perdido territorio y ha tenido que volver con las orejas gachas. Pero nada parece importar, tan sólo el sentirse “especiales”, algo que en este mundo globalizado es una idiotez.

No sirve de nada echarse las manos a la cabeza y contemplar avergonzados un espectáculo que consideramos absurdo, ridículo, increíble, viven en una paranoia y pretenden que la compartamos, mientras, repetimos como un “mantra” nuestros argumentos para no ceder un paso en esta locura colectiva. De momento, Europa no parece por la labor de aceptar Cataluña como Estado Independiente, pero eso a “ellos” les da igual, viven y actúan como si lo fuera.

Por eso el 11 de septiembre no vemos las noticias, ni las escuchamos, soportamos con rabia el ruido de los helicópteros y procuramos alejarnos de las ventanas, para no ver, ni oír, ni sufrir más de lo que es posible soportar. Sé que es una forma de negación, que a nada lleva, pero es cuestión de supervivencia, ya que no quiero ver vecinos, amigos, o conocidos formando parte de la manifestación que me expulsa de mi tierra, que ofende a mi Patria, que siento como una traición, y cómplices, inconscientes o no, de una utopía que llevaría a Cataluña al desastre.

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