miércoles, 24 de febrero de 2010

Cicatrices

Vuelven las informaciones sobre el 11-M, como esas lluvias descontroladas que arrasan todo a su paso. Y la mente nos lleva a Zaragoza, al Corona de Aragón, y a la víspera de aquellas elecciones, donde se proclamaba a los cuatro vientos que el gobierno mentía, que queríamos saber la verdad. Parece que no. Que no se quiere saber la verdad.
Fueron unos días que no se nos olvidarán jamás. No sólo por el impacto de un atentado atroz, sino por el ambiente guerracivilista que se extendió por nuestras ciudades. Y eso no es una exageración. La revuelta y la violencia en las calles hacía que la gente mayor no se atreviera a salir de casa por miedo, repitiéndose una y otra vez que ellos ya lo habían vivido. El odio se desató no sólo contra el gobierno, sino contra la mitad de la población. Cualquiera que se cuestionara la posibilidad de la implicación de ETA era tratado de mentiroso, traidor o asesino.
El juicio fue una mascarada, sin autor intelectual y habiendo destruido las pruebas, sin poder cotejarlas de nuevo. Cuando uno piensa que Hacienda te puede revisar los últimos cinco años, se pregunta cómo es posible que las pruebas del mayor atentado que ha sufrido España hayan desaparecido antes de la celebración del juicio.
A pesar de todo, la verdad es implacable y acaba saliendo a flote, siempre que haya alguien interesado en buscarla. Y las últimas noticias son aterradoras. Si se pueden confirmar las informaciones que nos están llegando a través de la prensa y de Internet, no habrá penas suficientes en nuestra legislación para delitos tan sangrantes. Y no hablo tan sólo de los terroristas, sino de los que les encubrieron, de los que callaron, de los que, en lugar de ayudar al Gobierno a detener a los autores, colaboraron a que quedaran impunes, beneficiándose electoralmente.
Si eso fuera verdad, uno se explicaría la fuerza que tuvo ETA en el mal llamado “proceso de paz” y la insistencia del Gobierno en defenderlo contra viento y marea, se explicaría el caso Faisán, y pondría en jaque la lucha antiterrorista de un gobierno cautivo de sus silencios.
El tiempo lo dirá. No hay grupo terrorista que sea capaz de reconocer este atentado, cuando ya hay unos culpables, y el mayor beneficio se obtiene callando, presionando, amenazando. Y eso lo saben hacer muy bien.
La existencia de un golpe de estado encubierto, para traernos esto que vivimos ahora, sería dolorosa. Tanta falsedad y mentiras son difíciles de digerir, pero sería imperdonable que se absolviese a unos asesinos y a sus cómplices trocando sangre por votos. Ellos que tanto defienden la Memoria Histórica, que se encantan removiendo los cadáveres de nuestros antepasados, no deberían permitir el olvido de tantas víctimas inocentes que tienen derecho a recibir justicia y a que a sus asesinos se les condene con todo el rigor la ley.
Tan sólo nos queda esperar expectantes a que se resuelva por fin el caso, y si se confirman las informaciones, la deuda económica que este gobierno nos está dejando será ínfima en comparación con la deuda moral, si es que son capaces de comprender lo que esto significa.

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