lunes, 15 de marzo de 2010

Conversos

Nos han repetido hasta la saciedad lo del respeto al distinto. Es cierto, siempre que el distinto sea respetable, pero aquí se aplica a todo el mundo, y desde la misma trinchera. Como se imaginan me alegro, como todos de la liberación de la cooperante española, pero chirría oír que su conversión “voluntaria “al Islam, ha sido una de las causas. No pretendo entrar en las procelosas aguas del Síndrome de Estocolmo, pero si comentarles el desasosiego que me ha producido. Parece que volvemos a las épocas, según algún imbécil, de la “tolerancia” de los califatos, donde ser cristiano o judío pagaba peaje. Y todo ello mientras en Africa y parte de Asia, masacran a los cristianos, en nombre del Islam. Y vuelven a nosotros las palabras “apostasía”, “renegado”, casi sin poder contenerlas, mientras admiramos el sacrificio de tantas personas que han sido asesinadas por su fe.
Y es que la religión es algo más que un ideario, o unos principios (que ya se sabe si no le gustan estos tengo otros), es una fe que define en un todo nuestras vidas, y uno no puede cambiarlas como si de una chaqueta se tratara. Está tan arraigada en nosotros, en nuestra cultura, en la forma de ser y de ver al otro, que no se puede modificar tan fácilmente.
Respetar al otro está bien, siempre que el otro sea respetable pero sin renunciar a nuestro propio respeto. Pero parece que ahora vivimos en una continua rendición, como si cayéramos en la tentación de tener que gustar siempre a los demás, olvidándonos de que es fundamental gustarnos primero a nosotros mismos. Esa necesidad, casi infantil denota la pérdida de la propia autoestima que nuestra sociedad fomenta para llevarnos a un limbo donde no haga falta pensar, donde, como autómatas aceptemos todo lo que nos viene de fuera como mejor. Y no es así. La influencia del cristianismo ha llevado a Occidente a la definición del hombre como portador de derechos inherentes y consustanciales a su propio ser. Ahora, vemos como en un ataque a esos principios, la sociedad Occidental y en particular la española, se retrotrae, en un paganismo economicista absurdo, a siglos de cultura.
Y es que una empieza a estar cansada de oír lo de los muertos de la Conquista, la Reconquista o las Cruzadas, como si los muertos sólo fueran de un bando, como si antes o después los habitantes de dichas tierras no hubieran seguido matándose entre sí o matándonos a nosotros como ahora. Como si el Imperio Romano, las invasiones normandas, godas, etc. se hubiesen realizado de forma pacífica. Todo ello contribuyó a crear la sociedad que ahora somos y a la que parece queremos renunciar en un servilismo intolerable.
No debemos vivir en la autocomplacencia, debemos seguir avanzando, pero en la misma dirección que nos ha llevado a la civilización, no renunciando a ese camino por otro que no parece llevarnos al fin que perseguimos.

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