martes, 2 de marzo de 2010

Cuestión de confianza

El otro día entre las páginas de los diarios, leíamos un titular indignante: la familia de Zapata pedía permiso para velar su cadáver. La reacción lógica ante semejante noticia es compadecer a esa familia, sublevarnos ante la innecesaria crueldad del régimen, y quizá evocar aquellas imágenes literarias que “Equipaje de amor para la tierra” nos brindó. Pero debo confesarles que mi primera asociación de ideas me dejo anonadada. Lo primero que vino a mi mente es que si no se adelantaban elecciones pasaríamos dos años velando un cadáver: el del Gobierno y por derivación el de nuestra Nación. Y es que piden confianza, pero no nos lo creemos, no se la merecen. Cada paso que dan nos acerca más al vacío en esta estéril confrontación del “tu más” o “la culpa es del otro”.
Piden confianza, como si fuera tan fácil, sin ofrecer fiabilidad. A mi no me conceden créditos por confianza, aunque siempre haya pagado mis deudas, me piden avales o hipotecas, algún bien con el que hacer frente a los pagos. Supongo que a Vds. también, no soy un caso raro. Tienes confianza en tus asesores, médicos, abogados, amigos, familiares, siempre y cuando se hagan merecedores de ella, cuando te fallan, pides una segunda opinión o los dejas de lado. Una de las cosas más difíciles de recuperar es la confianza perdida, como el honor. Son valores que uno otorga casi en condicional y desgraciadamente no se puede regalar, porque con frecuencia son traicionados.
No les creemos, nos han mentido demasiado, y por lo tanto no confiamos en una palabra que no suelen cumplir. Los ejemplos son tantos, tan variados, tan cercanos en el tiempo que no nos dejan la posibilidad del olvido y surgen a borbotones cada vez que nos defraudan. Cuando afirman algo las apuestas sobre cuanto van a tardar en decir lo contrario suben como la espuma.
Nos piden confianza, nos suben los impuestos (con lo del IVA subirán todos los precios y nuestros presupuestos mensuales tendrán que ajustarse), gravan el ahorro y nos dicen que consumamos. ¿Cómo se casa esto? ¿Acaso se creen que el presupuesto de las familias se puede modificar con la facilidad que ellos lo hacen con los del Estado? A mi nadie me compra la deuda, lo siento. Mi mayor empeño está en no endeudarme, así que, como la mayoría de los españoles procuro ajustar mis compras a lo que es imprescindible, a lo necesario, olvidándome de las alegrías de otros tiempos. Y ahora resulta que debo ser antipatriota, o algo por el estilo por no contribuir al bien común, al desarrollo de la Nación, al resurgimiento de la economía.
Señores, tenemos cara de funeral, y como en esas circunstancias, la confianza sólo puesta en Dios y en las capacidades que El nos dio para sacar a nuestras familias adelante. “A Dios rogando y con el mazo dando” dice el refrán, y es cierto. Ponemos de nuestra parte todo el esfuerzo, convencidos cada día que dónde no lleguemos Dios proveerá.

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