jueves, 17 de junio de 2010

Mi fortaleza

Hay días en que me siento ajena al mundo en el que vivo. No sé si les habrá pasado lo mismo, pero es una experiencia como mínimo inquietante. ¿A qué viene esto?, pues verán, ayer estuve en una cena con un grupo de amigas. Nuestro nexo común es que nuestros hijos compartieron curso durante casi toda su vida, y nuestra relación nació de su amistad. Hoy los “niños” están en la Universidad, pero un par de veces al año nos vemos. Generalmente son reuniones de risas, de comentar cómo nos va la vida, como asume, cada una la proximidad a ser abuela, o la adolescencia de una hija, o la boda de otra… Como comprenderán nada excesivamente profundo, pero que nos permite tener una visión global del devenir de nuestra vida y experiencia. Siempre acaban con una sonrisa y con la promesa de vernos más frecuentemente.
Pero ayer, sólo deseaba que se acabase, y volver a casa. El ruido del local, la imposibilidad de mantener una conversación mínimamente coherente y el descubrir que mis inquietudes personales transcurren por otros derroteros, que nada tienen que ver con el día a día de mis amigas, llegaron a hacerme sentir espectadora. Reconozco que no tenía un buen día, quizá vivo con exceso el día a día de España, quizá no sé alejarme de esa angustia que me produce la crisis generalizada que nos ahoga, no sólo económica, que también, sino la crisis moral y de valores que son el pilar de mi existencia. Pero llegué a descubrir que ni siquiera vemos los mismos programas de televisión, es más, yo no sabía de qué programas hablaban. Ya no comenté mis preferencias, hubiera estado de más.
Y sales, como huyendo, guardando el cariño a esos rostros y a ese pasado y preguntándote si en una conversación a dos el resultado hubiera sido el mismo. Con la sensación de que el círculo se estrecha. Que sólo acabo encontrándome bien entre aquellos con los que puedo realmente comunicarme, con los que comparto algo más que una cotidianidad que cada día me importa menos.
Si hoy no hubiera tenido que trabajar, al llegar a casa me habría puesto una de esas películas, que se catalogan como bélicas -porque transcurren entre uniformes y hay alguna batalla-, pero que para mí suelen tener la generosidad de regalarme, por unos instantes el bálsamo del patriotismo, del sacrificio, de la entrega, de la camaradería, del honor y del valor. Esa sociedad, dónde siempre hay algún indeseable, pero que se define en si misma por la calidad humana de sus integrantes.
Y, casi sin darme cuenta, entre las paredes de mi casa, me sentí como en una fortaleza. A resguardo de esa sociedad que me repele, entre mi familia, con mis libros, mis programas de televisión y mis creencias por bandera.

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