lunes, 23 de noviembre de 2009

La tormenta

Sé que está esperando mi llamada. Sé que la llamaré, pero un poco más tarde. Aún debo reciclar el dolor que me dejó la última conversación. Sé que me sobrepondré a él y con un tono ligero intentaré hacerle más llevaderos estos días. Y es que no hay paisaje más devastado que un corazón roto.

Tiene mi edad, a sus espaldas 25 años de matrimonio, con tantos momentos… buenos, malos, regulares, éxitos y fracasos, alegrías y dolor compartidos, y ahora, cuando parecía que ya no podía haber más temporales, estalla la tormenta más imperfecta, la que no tiene grandeza, sólo afán de destrucción. Y se pregunta cómo no supo ver las nubes, cuando miraba al cielo. Y es que de tanto amoldarse a la vida del otro, se olvidó de cómo quería vivir la suya propia. ¿Le pasó también esto a él?

Sabe que ha sido una buena compañera, un gran apoyo en todos los momentos, pero ¿cuando dejó de ser esposa?, ¿Porqué equivocó su forma de amar, si le amaba tanto…?

Venció en la enfermedad, en las dificultades y la rindió una rutina que se presentaba como confortable acompañante. No supo luchar, porque no vio al enemigo silencioso que tomaba su casa día a día y lo aceptó pensando que era lo normal con el paso de los años.

¿Dónde está su vida sin él?. Existe, se pregunta sabiendo que a partir de ahora inevitablemente existirá, mientras limpia su casa, tan llena de recuerdos, y llora su amor como una viuda, pero con marido.

Sus palabras desgranan impotencia, incredulidad, sentimientos de desengaño, traición, despecho y miedo. Miedo a un futuro para el que no estaba preparada y que tiene irremediablemente que afrontar, mientras el dolor le mina las fuerzas, y el asombro ante lo sucedido le hace dudar de su buen juicio. ¡Jamás me lo hubiera esperado de él! , yo creía que lo conocía bien.

Saldrá adelante, como siempre ha hecho; como otras, incluso conocidas suyas y a las que ella en su momento ayudó. Aprecia el gesto de cariño que le ofrezco como un bálsamo, porque sabe que no la curará, pero la amistad le muestra que es querida, apreciada y que no será la soledad su única compañera, en estas horas. Después finiquitarán su historia entre papeles y repartos, y volver a empezar...

Y comprende que yo me esté preguntado sin decírselo, cuánta es mi suerte por no estar en su lugar, en dónde acerté yo y falló ella, cual es la fórmula… Y sabe que la respuesta sólo la puedo encontrar en los ojos de mi marido.

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